620 H011.- Cádiz y La Isla (I)

CÁDIZ Y LA ISLA: EL FRACASO DE NAPOLEÓN; LA ISLA Y CÁDIZ: EL ÉXITO DE ALBURQUERQUE

  • España me arruina. José es incapaz de dominar el país. Los mariscales que combaten allí, Soult y Mortier, no consiguen más que victorias pasajeras. ¿Tendré que ponerme de nuevo al frente de los ejércitos de España? Napoleón.

Esta reflexión que aparece en sus memorias, la hace Napoleón a propósito de la carta que manda el general Kellermann a Berthier en la que dice: «En vano cortamos por un lado las cabezas de la hidra y resurgen por el otro. Sin una revolución en los espíritus, no conseguirá someter a esta vasta península; absorberá los tesoros y la población de Francia». Aquella inquietud del Emperador y todos los informes desalentadores de sus generales se hicieron realidad en este pequeño rincón de la Península Ibérica.

Agradezco la oportunidad que se me ofrece de poder dirigirme a mis paisanos para hablarles de un tema de la importancia del bloqueo de Cádiz, sin duda la más brillante página de la historia de nuestro pueblo. Y si hoy trataremos sobre el sitio impuesto a las islas gaditanas, habrá ocasión en los próximos meses de refrescar la memoria, durante las celebraciones del Bicentenario, con otros de los muchos e importantes sucesos que acontecieron en nuestra tierra allá por los principios del siglo XIX. Asimismo, debo advertir que, hace sólo unas semanas un ilustre isleño pronunció, con motivo de su ingreso en esta Real

Institución−sin embargo de haberlo sido por el capítulo de Ciencias-, una interesantísima conferencia de Historia sobre la marina en la Guerra de la Independencia. Todos estos sucesos están íntimamente unidos y ligados entre sí, por lo que será inevitable −e incluso aconsejable, diría yo− que nos introduzcamos, aunque sea tímidamente, en cada una de las otras visiones históricas.

También, aunque estoy seguro que la Academia deja este otro aspecto para ocasión más oportuna, nos referiremos a las Cortes que se instalaron en la Isla de León y a la Constitución que se promulgó en Cádiz. Ambos acontecimientos, la guerra y la revolución liberal, marcharon unidos, ofreciendo la crónica más apasionante de

nuestro pasado y uno de los más importantes capítulos de la Historia nacional. Por otra parte, la Isla, los isleños, se volcaron en pro de su patria, del gobierno y de

las autoridades legítimas; lo mismo hizo en favor de la marina, del ejército y de todos los cuerpos de voluntarios con el fin de ganar una guerra de injusta invasión y de cruel opresión. La vida cotidiana de nuestros compatriotas de antaño se vio alterada y sujeta a las necesidades bélicas y a las políticas. También habrá ocasión más oportuna para hablar de estos asuntos.

Quiero, por otra parte, hacer notar a la distinguida audiencia, que al referirnos a Cádiz nos estamos refiriendo a las islas gaditanas de las que ya he hecho referencia con anterioridad. Tradicionalmente, casi todos los historiadores han hablado sobre el bloqueo a Cádiz, el sitio de Cádiz e, incluso, como sabemos, las Cortes de Cádiz. Aunque este último término puede tener tratamiento especial, sobre los otros hemos sido arrastrados desde siempre por la inercia heredada de nuestros antecesores. Pero Cádiz y la Isla constituyeron un todo, como el mar y la arena que forman la playa, y ambas poblaciones defendieron la patria y me dieron pie para que yo hoy pueda justificar el título de esta conferencia.

El bloqueo a Cádiz no se entendería aisladamente, sino como un eslabón más de la situación social, de las inquietudes ilustradas, de la política nacional y de las ambiciones del emperador francés. Así que vamos a repasar, muy someramente para no cansarles, algunos de los más importantes acontecimientos que desembocaron finalmente en el fracaso de Napoleón y en las actuaciones heroicas de las que hoy podemos sentirnos legítimamente orgullosos.

Entre octubre y noviembre de 1807 se produce la llamada causa del Escorial en la que el Príncipe de Asturias es acusado ante los reyes de mantener correspondencia con el canónigo Escóiquiz en la que presuntamente atentaba contra la integridad de los propios reyes y del valido Godoy.

A finales de ese año, el mariscal Junot entra en Portugal lo que obliga a la familia real portuguesa a huir a Brasil. Por su parte el general Dupont lo hace en España estableciendo su cuartel general en Valladolid.

En marzo de 1808 se producen los vergonzosos sucesos de Aranjuez, levantamiento del pueblo de Madrid contra sus mandatarios, exoneración, caída y prisión de Godoy y abdicación de Carlos IV en su hijo que se convierte así en el 7º de los monarcas con el nombre de Fernando.

Debemos recordar lo que decía el general barón de Thiébault sobre España y los españoles, que era, en definitiva, lo que se percibía allende los Pirineos: «Era tan grande el descontento contra lo existente que los más pensaban que lo que viniera, por malo que fuese, nunca sería peor que lo que ya tenían. En las consideraciones que
nos guardaban había tanta admiración hacia nosotros como censura para su gobierno»

Por su parte, Murat, adelantado del Emperador en España, manda al Consejo publicar que el sistema político de Fernando continuaría estrechando los vínculos de amistad y alianza con Francia y recomienda al pueblo español acoger amistosamente al ejército francés. El emperador, sabedor de los sucesos de Aranjuez y de la abdicación de Carlos IV, ofrece el trono de España a su hermano Luis, siendo rechazado por éste. Napoleón expresa sus temores a su cuñado Joaquín Murat sobre cuánto se habían complicado los negocios de España con los acontecimientos de Aranjuez y lo equivocado y precipitado de los informes remitidos.

En abril pasan los reyes padres a El Escorial mientras llega a Madrid el general Savary con el encargo de llevar a Bayona al rey Fernando. Antes de su salida nombra éste una Junta Suprema que debía presidir su tío el infante D. Antonio. El día 20 llega Fernando a Bayona y es intimado por Napoleón a renunciar al trono de España. Al mismo tiempo, en Madrid, el pueblo se inquieta por la puesta en libertad de Godoy. El día 25 de abril parten los reyes padres hacia Bayona, no sin dejar una misiva a su hermano, el infante D. Antonio, reclamando la corona al haber abdicado a ella forzado por los acontecimientos. El día 30 llega Carlos IV a Bayona. Fernando comparece ante sus padres en presencia de Napoleón y de Godoy, intimando el rey padre a que el hijo le devolviese la corona.

A finales de abril se crea una nueva Junta que debía sustituir a la anterior. Fue nombrado presidente el conde de Ezpeleta, Capitán General de Cataluña, formando parte de la Junta, entre otros, D. Gregorio de la Cuesta, D. Antonio Escaño, D. Melchor Gaspar de Jovellanos, D. Felipe Gil Taboada y D. Damián de la Santa. Debían reunirse en Zaragoza el 2 de mayo, malográndose el intento por los sucesos ocurridos en Madrid ese mismo día.

El 2 de mayo se levanta heroicamente el pueblo de Madrid. Se produce una dura represión de los franceses y, al día siguiente, los fusilamientos de la montaña del Príncipe Pío o de la Moncloa.

Ante la falta real de poder efectivo, fueron dos simples alcaldes, D. Andrés Torrejón y D. Simón Hernández, que lo eran de Móstoles, quienes lanzan varias proclamas, siendo consideradas por la generalidad de la historiografía como la declaración de guerra al emperador de la Francia. Resumida, decía así: «La Patria está en peligro. Madrid perece víctima de la perfidia francesa. ¡Españoles, acudid a salvarla! Móstoles, 2 de mayo de 1808.

El 4, Carlos IV nombra por decreto lugarteniente general del reino a Murat, duque de Berg, ratificando así la autodeterminación del propio Murat de constituirse en presidente de la Junta. El día 5 se reciben en Bayona noticias de los sucesos de Madrid, imputándose mutuamente, padre e hijo, la responsabilidad de la tragedia. Carlos IV, sin esperar la renuncia de su hijo, firma con Napoleón un tratado por el que cede la corona al propio Napoleón, sin otras condiciones que la integridad de la monarquía y la conservación de la religión católica.

Por su parte, Fernando dirige un decreto a la Junta Suprema, autorizándola en su representación, a ejercer todas las funciones de la monarquía y a trasladarse de ubicación según conviniera. Al mismo tiempo dirige al Consejo y a todas las chancillerías y audiencias libres del influjo extranjero, una misiva ordenando la convocación de Cortes y la procuración de arbitrios y subsidios para la defensa del reino. Sólo al día siguiente, el 6, Fernando abdica en su padre y revoca los poderes otorgados a la Junta Suprema ordenando a la misma acatar el mandato de su padre, el rey Carlos IV.

El día 10, por un tratado firmado en Bayona entre Napoleón y Fernando, éste renuncia a sus derechos como príncipe de Asturias, actuando como plenipotenciarios el mariscal Duroc y el canónigo D. Juan Escóiquiz. Ese mismo día, Carlos IV, la reina, el infante D. Francisco y D. Manuel Godoy salen para Fontainebleau y de allí a Compiegne, señalándoseles el palacio de Valencey como residencia. Al día siguiente es Fernando y los infantes D. Antonio y D. Carlos quienes salen de Bayona con idéntico destino que los anteriores.

A partir de aquí se van levantando todos los pueblos de España al tiempo que se crean juntas regionales, provinciales y hasta locales: Granada, Cartagena, Valencia,

Aragón, Asturias, Santander, Sevilla, Jaén, Córdoba, Baleares, Extremadura, Cataluña, etc.

El 28, la Junta de Sevilla solicita la adhesión de Cádiz. El general Solano, tras expresar algunas dudas sobre la efectividad de la medida, decide formar alistamiento para auxiliar a Sevilla. El pueblo gaditano muestra con algazara la decisión y pide declarar la guerra a Francia e intimar a la escuadra francesa fondeada en Cádiz, a la rendición. Al día siguiente, 29, se anuncia al pueblo de Cádiz desde la plaza de San Antonio que, tras una junta de oficiales de marina, se había decidido no atacar a la escuadra francesa por el riesgo que había de destruir simultáneamente a la española interpolada con la franca.

Tras este anuncio se forma un alboroto popular instigado, al parecer, por algunos elementos subversivos, en el que es perseguido, linchado y muerto el general Solano.

Gracias a la intervención del científico y magistral de la catedral de Cádiz, el chiclanero D. Antonio Cabrera, no fue ultrajado el cuerpo ya sin vida del insigne militar. Le sustituyó en el cargo de Capitán General el gobernador de Cádiz, general D. Tomás de Morla.

En el mes de junio, mientras los franceses van penetrando poco a poco en todas direcciones por la Península no sin causar pérfidos estragos, como el terrible saqueo de Córdoba, el ejército imperial sufre su primera derrota en aguas gaditanas con la capitulación del almirante Rosily, jefe de la escuadra francesa surta en la Bahía, ante las autoridades de la marina española, los jefes de escuadra D. Juan Joaquín Moreno y D. Juan Ruiz de Apodaca. Este tema ha sido bien estudiado por varios amigos y amigas, admirados y admirables investigadores de la historia de nuestra Isla.

En los primeros días de julio, José Bonaparte, que había sido favorecido con la renuncia de Napoleón a la corona española, nombra nuevo gobierno: D. Mariano Luis de Urquijo en la secretaría de Estado; D. Pedro Ceballos en la de Negocios Extranjeros; D. Pedro Piñuela y D. Gonzalo O’Farril se mantuvieron como ministros de Gracia y Justicia y Guerra respectivamente; D. Miguel José de Azanza en la secretaría de Indias; D. José Mazarredo en la de Marina y el conde de Cabarrús en la de Hacienda.

El día 7, en Bayona, José y el gobierno juran la constitución ante el arzobispo de Burgos. Acto seguido, la junta pasa a cumplimentar a Napoleón en el palacio de Marrac. El día 19, un ejército mal pertrechado, vence en Bailén a las tropas imperiales mandadas por el prestigioso general Dupont, que perdió en los campos jiennenses no sólo el pretendido y ansiado bastón de mariscal sino la imbatibilidad para los ejércitos napoleónicos.

Bailén fue muy importante por la lección que se le dio a Europa demostrando que al todopoderoso emperador se le podía vencer. También lo fue para España, levantando la moral de los ejércitos, de los políticos, de la gente, pero no tanto como para considerar la victoria bailenense como pilar primero y fundamental en la creación moderna de la Nación española como ha dicho recientemente un renombrado profesor e historiador español. Luego me referiré más extensamente a esta cuestión.

El 25−continúo−, sin embargo, es proclamado José rey de España con el nombre de José Napoleón I. Las autoridades comienzan a prestar juramento de fidelidad.

A primeros de noviembre, determina Napoleón venir a España, pasando el Bidasoa el 8 de este mes. Pone orden en sus ejércitos, promete perdones y amnistías, dicta decretos y a primeros de diciembre entra en Madrid, firmando la capitulación y poniéndose a su servicio, sorprendentemente, el jerezano general Morla, el mismo que sucedió al general Solano en Cádiz.

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